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El Inquilino. Luz y Oscuridad en el cine de Roman Polanski.

Desde el primer minuto El Inquilino (1976) genera inquietud. Un plano secuencia del exterior de un edificio de departamentos con una cámara que se pasea por ventanas en donde rostros que nos observan transmiten la desazón de lo desconocido, el incierto mundo que nos espera dentro de tales abyectas paredes. Al introducirnos, lo que nos recibe no es más alentador: un edificio lúgubre y sombrío, una conserje (Shelley Winters) extremadamente áspera, un perro dispuesto a atacarnos.

Resulta extraño pensar que alguien como Trelkovsky (interpretado en forma extraordinaria por el propio Roman Polanski) quiera vivir en este lugar: es pequeño, afectado, tímido y apocado y sorprende al jugar todas sus cartas con el desagradable administrador Monsieur Zy (Melvin Douglas) para conseguir el departamento soñado.

Es cierto, Polanski suele enmarcar sus historias dentro de ambientes claustrofóbicos y opresivos (El cuchillo en el agua, Repulsión, El bebé de Rosemary) pero: ¿Quién es este inquilino? ¿Quiénes son estas personas que viven en el edificio? ¿Será posible que cada uno de nosotros sea este inquilino al borde de la locura agobiado por esa realidad que nos atormenta todos los días?

Datos que creo importante conocer antes de disectar el universo de Trelkovsky: El director Roman Polanski, judío polaco, se trasladó de Francia a Polonia sólo un par de años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Sus padres fueron recluidos en un campo de concentración, en donde su madre moriría poco después.

Años más tarde y siendo ya un cineasta reconocido instalado en la fábrica de hacer cine que es Hollywood, su esposa embarazada de ocho meses Sharon Tate, es asesinada de forma brutal por individuos delirantes pertenecientes a una secta satánica (1969).


No creo que sea posible apartar estos datos biográficos de la obra. Hay una suerte de declaración de principios entre Polanski y Trelkovski que se vuelve espeluznantemente real al ser el propio director quien da vida al personaje.

Recapitulemos. Trelkovski se entera de que lo único que lo separa de su departamento soñado es Simone, la anterior inquilina que se debate entre la vida y la muerte después de arrojarse por la ventana de este. Antes me preguntaba porqué el protagonista querría vivir en tan tenebroso e inhóspito lugar, más aún si depende de una muerte para conseguirlo. No sólo eso, Trelkovski va al hospital a visitar a Simone. (¿Para cerciorarse de la real gravedad de su estado? ¿Para expiar la culpa de su rapacidad inmobiliaria?) Conoce a quien será su alter ego. El destino, en cierta forma, está sellado. Trelkovski ve en Simone su propio rostro, y aunque aún no lo sabe, su propio futuro.


Este destino dramático, este sino trágico ha perseguido a Polanski a través de su vida y al quedarse a vivir en el edificio está también enfrentando sus propios demonios, su propia oscuridad, su propio miedo. Cualquiera en su lugar habría salido corriendo, pero Trelkovski-Polanski se queda, acepta su destino, no sólo convive con su oscuridad, la lleva hasta el final. Aunque eso signifique tener momentos de locura alternados con una cordura que pende de un hilo, la luz y la oscuridad conviven dentro de una misma ciudad, así como de una misma persona.

Estos claroscuros del filme están presentes en la dirección de fotografía a cargo de Sven Nykvist, (1922-2006) en donde la paleta de colores está puesta de forma magnífica al servicio de la historia, en la que estos dos polos opuestos de la trama tienen un magnífico acompañamiento. La iluminación cálida en casa de Stella (el deseo, el contacto humano, el calor del abrazo, la comprensión, el anhelo de la estabilidad, la familia); la oscuridad fría del edificio (lugar peligroso, enemigos, muerte), la oscuridad atosigante del departamento de Trelkovski (la inseguridad, el camino a la locura, la opresión de los sentimientos, la madriguera, el yo interno), la luminosidad de la calle (el pulso de la ciudad, el camión de la basura, el Paris que invita, que da oportunidades, el aire frío que revive).


La música de Phillipe Sarde, por otro lado, acentúa los momentos de tensión y de introspección de Trelkovski en su departamento a medida que comienza a descubrir pertenencias de Simone y situaciones sospechosas.


Una muestra de la belleza de la banda sonora compuesta por Sarde en la secuencia inicial de la película.


Los personajes hablan de un vacío y una soledad que traspasa la película. Simone se ha suicidado agobiada por una vida que ignoramos, sólo llegamos a saber de ella por quienes la conocen (¿sería posible hablar de amigos?), pero es una gran presencia durante toda la película, es el otro yo de Trelkovski, el ideal a imitar y será necesario llevar esta imitación hasta la propia muerte. Stella -la musa inspiradora, el momento de estabilidad con la propia obra- la otra presencia femenina será la comprensión en el momento de angustia, el hombro donde llorar, el deseo sexual -la pasión por el cine al contemplar una película de Bruce Lee-, la mujer que deseas y que te desprecia, después del primer encuentro no volverá a saber nada de ella. El amigo bravucón (¿un productor?) que representa exactamente el tipo de persona de la que pretende huir Trelkovski y a quién no volveremos a ver después del episodio de la marcha militar. Monsieur Zy, el orden, el poder de los viejos, el seguir el orden establecido sin alteraciones, el status quo, el sistema imperante. El personaje que más inquieta es Madame Dioz (Jo Van Fleet), ese personaje grotesco cuyo nombre hace referencia quizá al mismo Dios. Por su vestuario y actitudes entendemos que es una moralista, que es capaz de cualquier cosa por imponer sus ideas (la censura). El fervor fanático por la religión que aparta a los realmente necesitados y oprimidos queda también de manifiesto en el sermón del cura en el velorio de Simone. Es un Dios que reprime, que castiga.

Los vecinos actúan en bloque, se unen todos para confabular contra el que les parece menos bueno o más ruidoso. Al ser Polanski judío y habiendo perdido a su madre en un campo de concentración, sabe de exclusión, de humillación y del poder que pueden tener unos pocos sobre otros muchos. Al negarse a firmar Trelkovski una carta para echar del edificio a una vecina con su hija inválida, está reafirmando esta conciencia suya que no concibe el abuso de poder: “nadie puede echarla del edificio” le dice convencido a la pobre vecina que llora en su puerta. Esta frase no pasa de ser idealista: los vecinos si eran capaces de echarla, la sociedad no es justa ni benevolente con los que son distintos o parecen molestar.


Habiendo emigrado de Polonia a Hollywood, no es de extrañar que Polanski conozca bien lo que significa ser un extranjero en una sociedad diferente. A su llegada a América fue muy criticado por la prensa por su aspecto peculiar, su pésimo inglés y por su obra que a los norteamericanos (de un doble standard aberrante) les parecía subversiva. El tratar de encajar en una moral y cultura ajena tiene mucho de opresión y de claustrofobia.

Trelkovski poco a poco va adoptando los hábitos de Simone (el chocolate caliente, los Marlboro) ha sido orillado a ello por quienes conviven con él diciéndole lo que es correcto y no hacer. Al ser Trelkovski un personaje nervioso y sensible es fácilmente manipulable por estas personas que desean que él sea uno más en un sistema que no reconoce diferencias. El tratar de oponerse sólo lo hará más difícil.Principio que define casi perfectamente lo que debe vivir un artista para ganarse un espacio en la sociedad.

Pero Polanski toma una decisión. Al transmutarse con Simone acepta una vez más lo que le corresponde, lo que le ha tocado: su tragedia, sus diferencias, el peso de ser artista, el valor de su obra, el dolor de enfrentarse a sus demonios.

Decía al comienzo que su destino estaba sellado desde el primer encuentro: el diente en la pared (su trozo faltante), el vestido en el armario, Badar, el chocolate, los Marlboro, la uña roja, la peluca, los tacones, el travestismo total no son más que pasos, estadios antes de llegar a la gran verdad: me acepto y me entrego a lo que soy.

Trelkovski es arrastrado por última vez al edificio de donde trató, en vano, de huir. Se encierra en su departamento y vestido y caracterizado como Simone se asoma al balcón.

Se encuentra con una escena escalofriante: todos los vecinos vestidos de gala han dispuesto un teatro para ver su caída. Estos vecinos tan malvados somos todos quienes hemos odiado y amado la vida y obra de Roman Polanski: los espectadores, críticos, medios, los productores que deben financiar su próximo film.

Él se lanza. “¿Esto es lo que quieren?”. La película está ante ustedes, mi obra está ante ustedes, me he lanzado al vacío con todos mis defectos, con todas mis complejidades para que ustedes se diviertan y me vean morir. Él cae estrepitosamente rompiendo los cristales, sangrando. No lo reconocen, ha asumido otra piel, otra condición. Sigue siendo, sin embargo, un artista. Y como la perfección y la falta de grandeza pueden ir de la mano nos hace padecer el horror de verlo subir y volverse a arrojar. He aquí la reafirmación del ser: no puedo dejar de ser quién soy, no puedo evitar hacer lo que hago.


Y el final, el grito en la cama de hospital: No es posible!



Trailer de El Inquilino.







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